domingo, 6 de mayo de 2012

Quiéreme.

Poema de Daniel Orviz 


Quiéreme.

Manifiéstate de súbito.

Choquémonos, como por arte mágico
en el Bukowski,
un Miércoles.
Pidámonos disculpas. Sonriámonos.
Intentemos tirar el muro gélido
diciéndonos las cuatro cosas típicas.
Caigámonos simpáticos.
Preguntémonos cosas.
Invitémonos
a bebidas alcohólicas.
Dejémonos llevar más lejos. Déjame
que despliegue mi táctica.
Escúchame decir cosa estúpidas
y ríete. Sonríeme. Sorpréndete
valorándome como oferta sólida.
Y a partir de ahí

quiéreme.
Sin rúbrica, pero por pacto tácito
acepta ser mi víctima.
Déjame que te lleve hacia la atmósfera,
acompáñame a mi triste habitáculo.
Sentémonos, mirémonos,
relajémonos y pongamos música.
De pronto, abalancémonos
besémonos con hambre, acariciémonos,
Desnudémonos rápido
y volvámonos locos. Devorémonos
como bestias indómitas. Mostrémonos
solícitos en cada prolegómeno.
Derritámonos en abrazos cálidos
Vertámonos en húmedos océanos.
Ábrete a mí, abandónate y enséñame
el sabor de tus líquidos.
Mordámonos, toquémonos, gritémonos
permitámonos que todo sea válido
y sin parar,
follémonos.
Follémonos hasta quedar afónicos

Follémonos hasta quedar escuálidos.
Durmámonos después, así,
abrazándonos.

Y al otro día

quiéreme.

Despidámonos rígidos, y márchate
de regreso a tus límites
satisfecha del paréntesis lúbrico
pero considerándolo algo efímero
sin segundo capítulo.
Deja pasar el tiempo, mas sorpréndete
recordándome en flashes esporádicos
y sintiendo al hacerlo un sicalíptico
látigo por tus gónadas.
Descúbrete a menudo preguntándote
qué será de este crápula.
Y un día, sin siquiera proponértelo
rescata de tus dígitos mi número
llámame por teléfono
y alégrate de oírme. Retransmíteme,
ponme al día de cómo van tus crónicas
y escucha como narro mis anécdotas.
Y al final, algo tímidos, citémonos.
En cualquier cafetín de corte clásico
volvámonos a ver, sintiendo idéntico
vértigo en el estómago.
Y en ese instante

quiéreme.

Apenas pasen un par de centésimas
sintamos al unísono un relámpago
de éxtasis limpio y cándido,
y en un crescendo cinematográfico
dejémonos de artificios y máscaras.
Rindámonos a la atracción magnética
que gritan nuestros átomos
y sintámonos de placer pletóricos
por sentirla recíproca.
Unidos en un abrazo simétrico
perdámonos por esas calles lóbregas
regalándonos en cada parquímetro
con besos mayestáticos
que causen graves choques de automóviles
y estropeen los semáforos.
Y para siempre

quiéreme.

Dejemos que se haga fuerte el vínculo,
unamos nuestro caminar errático,
declarémonos cómplices,
descubramos restaurantes asiáticos,
compartamos películas,
contemplemos bucólicos crepúsculos,
charlemos de poética y política
y celebremos nuestras onomásticas
regalándonos fruslerías simbólicas
en veladas románticas.

Y entre una y otra

quiéreme

Dejemos de quedar con el grupúsculo
de amigos. Que los follen por la próstata.
Pues si ponemos el asunto en diáfano
solo eran una pandilla de imbéciles.
Cerrémonos, y en un afán orgiástico
con afición sigamos explorándonos
buscando como ávidos heroinómanos
el subidón de aquel polvo iniciático.

Y aunque no lo logremos. Da igual.

Quiéreme.

Para evitar que nuestra vida íntima
se corrompa con óxido
busquémonos alternativas lúdicas
apuntémonos a clases de kárate
o de danzas vernáculas
juntémonos en cursos gastronómicos.
Presentémonos
a nuestros mutuos próceres
anteriores del árbol genealógico
y a lo largo del cónclave
sintámonos con ellos algo incómodos
mas felices de haber pasado el trámite.

Y quiéreme después. Sigue queriéndome,

continuando con el proceso lógico
juntemos nuestras vidas en un sólido
matrimonio eclesiástico,
casémonos a la manera clásica,
hagamos un bodorrio pantagruélico,
y cual pájaros de temporada en éxodo
vayámonos de viaje hacia los trópicos
y bailemos el sóngoro cosóngoro
mientras bebemos cócteles exóticos.
Y al regresar, sentemos nuestros cráneos.
Comprémonos un piso. Hipotequémonos
Llenémoslo con electrodomésticos
y aparatos eléctricos,
y paguemos en precio de las dádivas
regalándole nueve horas periódicas
a trabajos insípidos
que permitan llenar el frigorífico.

Y mientras todo ocurre, solo

quiéreme,

del fondo de tu útero
saquemos unos cuantos hijos pálidos,
bauticémoslos con nombres de apóstoles,
llenémoslos de amor y contagiémoslos
con nuestra lóbrega tristeza crónica.
Apuntémoslos a clases de música
de mímica y de álgebra,
y démosles zapatos ortopédicos,
aparatos dentales costosísimos,
fórmulas matemáticas
y complejos edípicos
que llenen el diván de los psicólogos.

Releguemos nuestro ritual erótico
a la noches del sábado
cuando ellos salgan véstidos de góticos
a ponerse pletóricos
ciegos de barbitúricos.
Paguémosles las tasas académicas
a los viajes a Ámsterdam.
Dejemos que presenten a sus cónyuges
y al final, entreguémoslos
para que los devoren las mandíbulas
de este mundo famélico.

Y ya sin ellos

quiéreme

a lo largo de apuros económicos
y de exámenes médicos,
mientras que nos volvemos antiestéticos
más cínicos, sarcásticos,
nos aplaste el sentido del ridículo
y nos comen los cánceres y úlceras.
Quiéreme aunque nos quedemos sin diálogo
Y te pongan histérica mis hábitos.
Enfádate, golpéame, hasta grítame
y como única válvula catártica
desahógate en relaciones adúlteras
con amantes más jóvenes
y regresa entre lágrimas y súplicas
perjurándome que aún sigues amándome.
Y yo contestaré tan solo
quiéreme.
Quiéreme aunque te premie salpicándote
en escándalos cíclicos
y te insulte, y te haga sentir minúscula
y me pase humillándote
y me haya vuelto un sátrapa
que roza cada día el coma etílico
y me haya vuelto politoxicómano
y me conozcan ya en cada prostíbulo.

Continúa queriéndome
mientras pasan espídicas las décadas
y nos envuelve el tiempo maquiavélico
en un líquido amniótico
que borre el odio que arde en nuestros glóbulos
y nos arroje al hospital geriátrico
a compartir habitación minúscula
inválidos, mirándonos
sin más fuerza ni diálogo
que el eco de nuestras vacías cáscaras.
Quiéreme para que pueda decirte
cuando vea la sombra de mi lápida
Y antes de que venga y cierre la mano
de la muerte mis párpados:

“Ojalá,
ojalá como dijo aquel filósofo
el tiempo sea cíclico
y volvamos de nuevo reencarnándonos
en dos vidas idénticas,
y cuando en el umbral redescubierto
de una noche de miércoles pretérita
tras chocarme contigo
girándote, me digas: "Uy, perdóname"
le ruego que permita el dios auténtico
que recuerde en un segundo epifánico
cómo será el futuro de este cántico
cómo irán nuestras flores corrompiéndose
cómo acabaré odiándote
cómo destrozarás cuanto fue insólito
en este ser,
cómo la vida empírica
nos tornará en autómatas patéticos
hasta llevarnos a la justa antípoda
de nuestro sueño idílico."

"Y sabiendo todo esto, anticipándolo
pueda mirarte directo a los ojos
y conociéndolo muy bien. Sabiendo
el devenir de futuras esdrújulas
destrozando en un pisotón mi brújula

te diga
solo



quiéreme."


viernes, 24 de febrero de 2012

miércoles, 22 de febrero de 2012

El puente que nunca llegamos a cruzar.



Nota: A mi madre, que anoche me insistió en que escribiera y a la Inspiración que es del todo inoportuna.


Subimos por una callejuela anexa a la calle principal. Caminábamos charlando de forma distendida, cuando su rostro se volvió sombrío y provocó el inconsciente cese de la marcha y la conversación.
Una vez más no lograba entender qué rondaba su cabeza, enigmática y compleja, y le lancé una mirada inquisitiva. Como de costumbre me respondió sin palabras. Sólo un leve movimiento de cabeza bastó para que me acercara a su posición (algo rezagada respecto a la mía, ya que había tardado en darme cuenta que se había quedado atrás). Me cogió el brazo de forma delicada y envolviéndolo con los suyos se acercó a mi oído y me susurró con un hilo de voz–ahí pasó todo-.
Estábamos frente a un portal acristalado. Tardé un rato en reconocerme en el reflejo. Lo seguí explorando y encontré sus dedos clavándose en mi brazo como un ave rapaz que no quiere soltar su presa.Acto seguido empecé a percibir un dolor punzante en el antebrazo y ascendió rapidamente hasta las sienes.

No le dije que me soltara, que me hacía daño, que estaba empezando a notar la sangre brotar con esfuerzo; simplemente seguí observando la estampa en los múltiples espejos que conformaban la puerta. La estampa de su mirada enajenada a causa del dolor que le provocaba aquel horrible recuerdo se quedó grabada a fuego en mi memoria y en muchos sueños, aún hoy, me persigue.

Todas las mañanas al despertar, me levanto la manga buscando que las marcas que dejaron sus uñas en mi brazo hayan desaparecido, y al encontrarlas en el mismo lugar, sin ningún atisbo de quererse esfumar, comprendo lo que debió sentir al encontrarse de nuevo en el lugar donde sucedió y ser consciente de que todos y cada uno de los recuerdos permanecían intactos.

viernes, 6 de enero de 2012

Nina Simone - Who am I?




Vuelve a llegar el tren al andén. Se baja, se pone las gafas de sol y camina decidido a la salida, guiándose por la intuición.
Mira de soslayo tras las cristaleras a ver si reconoce a alguien en el interior de la estación. Continua a paso ligero, atraviesa el vestíbulo y sale al exterior. Vislumbra un banco libre y decide esperar allí sentado. Pone las maletas delante para tenerlas a la vista, controladas.
Saca su pequeño cuaderno de cuero y busca en el bolsillo de la americana un lápiz.

‘No está, ya no. ¿Qué hay después de la soledad? Me quedarán los otoños vacíos, más vacíos que la ultima vez que desperté y ya no estaba.
El tópico de la despedida se anula siempre por un fugaz despertar con las turbulencias del alcohol de la noche anterior y este errante vuelve a estar consigo mismo, miserablemente solo. Al menos hoy podré tomar un baño caliente, un paseo y… volveré a abandonarme otra vez. ¿Cuál es la forma de huir de la miseria cuando ésta te intenta apresar con tanta fuerza que consigue asfixiarte?
¿Soy un nómada o un cobarde? ¿Es mejor huir o refugiarse?’

miércoles, 21 de diciembre de 2011

No temas Poeta,
no fue en vano tu sacrificada existencia,
todavía permanecen legibles las seculares tintas de tu gigantesco esfuerzo;
tu esencia fecundó las conciencias del ser,
y de las ruinas de tu vestigio se erigen hombres cada vez más profundos y perfectos,
ciclo tras ciclo.

Nada fue en vano.

Yo tampoco temo ya al porvenir,
cuando la luz exhale su último hálito,
y un puño de roca y lava impacte contra la esfera
reduciendo toda vida a fino polvo de piedra y gas,
añicos de átomo, imperceptibles partículas migrarán
durante milenios a través del infinito desierto de silencio y sombra
como despavoridos pájaros huyendo del frío eterno.

Pero nada será en vano:
pues cuando por fin, a millones de kilómetros luz de su origen,
la ruina de nuestro acervo se aparee en colisión con otro escombro estelar
a orillas de alguna galaxia ignota,
circulará en derredor de su calor hasta esculpirse en materia de vida nueva.
Y ese nuevo pálpito, Poeta, seguirá siendo entonces
vector de nuestra delicada Esencia.



Rafael Lechowski

domingo, 11 de diciembre de 2011

Elliot .






Tras los cristales desfila sigiloso el otoño. En este salón pesa el aire, provocándome un espeso dolor de cabeza. La leña arde en la lumbre, parece no darse cuenta de cuán rápido pasará a ser humo, un humo liviano que fluirá por el cielo junto a las nubes.
Se cierne la tarde, vuelvo a los orígenes, pongo a Chopin y pienso en el otoño pasado. No me he movido ni un ápice desde entonces. Sentía las mismas ganas de adelantar el tiempo y luego el sentimiento de culpa por estar derrochando días sin ni siquiera saber cuántos me quedan. Giro la vista y la poso sobre la mesa; el cuaderno sigue allí, emborronado y sin contener nada demasiado relevante.
Un esbozo de lo que pretende ser un faro y un barco de vela a la deriva ensucian la tercera página. Un barco de vela a la deriva es lo que me devuelve el espejo cuando me miro. El hastío, el miedo, las ganas de encontrar el viento que me ponga en el camino.
Me culpo por no escribir más, por ser tan inconstante, por no esforzarme, por no perseguir a la inspiración en lugar de estar a su merced y esperar a que ésta quiera visitarme.
Quizá sea el humo de la chimenea el culpable de todos estos pensamientos, estoy dejando de ver con claridad.

He conseguido alcanzar a duras penas la ventana y la he abierto, el aire helado entra ahora ofreciéndome la bocanada que necesitaba. Me oxigena el cerebro y milagrosamente recobro la lucidez. He olvidado todo cuanto estaba diciendo, solo recuerdo el deseo inconmensurable de querer hacer que el tiempo pasase.

El diablo me hizo firmar aquel pacto envenenado, lo peor es que lo perdí todo y aún tengo que conservar esta funesta vida. Acarrear mi ataúd a hombros cada día sin poder meterme en él y descansar por fin. Nunca volveré a desear la felicidad eterna, pues lo único que es loable es la eternidad, y ¿a qué precio?

lunes, 5 de diciembre de 2011

De la capacidad de hacer el amor.



Humanos dotados de la capacidad de hacer el amor y afanados en autodestruirse.
La belleza ES porque el nosotros tenemos la capacidad de captarla.
Pero, ¿tenemos también la virtud de crearla? No; al igual que el Demiurgo de Platón, podemos ordenar pero no crear. Ordenamos para hacer surgir la belleza y luego la destruimos.
El mundo está lleno de mierda, pero cuando un artista se esfuerza por hacer resurgir cual Ave Fénix lo bello, consigue emocionarnos y hacernos vibrar.
Entonces, ¿qué predomina en nosotros el caos o el cosmos? ¿El amor o el odio?