miércoles, 9 de noviembre de 2011
Diario de un naúfrago.
En las noches de tormenta, cuando el mar no halla el conciliador sueño y la brisa salada y corrosiva se bate en un encarnizado duelo contra el mascarón de mi velero deseo estar allí.
A veces, después de la tormenta, amaina; otras no finaliza el combate despiadado hasta que mi frágil memoria olvida cuándo comenzó y cómo eran los amaneceres en los que el cielo y el mar se erguían como un solo titán.
Anoche, durante el vendaval, la cabeza me daba vueltas y no tuve el coraje necesario para salir a cubierta y luchar cuerpo a cuerpo con Poseidón.
Me quedé en un rincón del camarote, envolviendo mis rodillas en un abrazo perpetuo para impedir que continuara temblando. Hay veces que el mejor abrazo es uno mismo.
Cerré fuerte los ojos apretando los párpados, intentando contener las lágrimas que se amontonaban en mi garganta pero inexorablemente terminaron desbordándose.
Contemplé a través del ojo de buey un rayo, difuminado a causa de las lágrimas que emborronaban mis ojos, impactando con lo que parecía ser la tierra. Zeus descargaba su furia contra el sólido continente mientras yo era un diente de león en mitad de un desierto. Me encontraba a merced de las olas en ese caótico vaivén, en ese estado de movimiento infinito.
Deseé durante tantos años este barco para sentir la independencia y autosuficiencia más puras.
Anoche la libertad se tornó en angustia y el bucólico sotavento en una bestia indomable.
El agotamiento y la frustración me atraviesan los huesos igual que el sodio corroe el metal del mástil. Tengo las manos hinchadas por el frío y quemadas a causa de la fricción de las maromas.
No me quedan fuerzas, no seguiré luchando.
Qué osado es el hombre cuando cree que puede doblegar a la naturaleza.
Me rindo, me hundo.
Adiós camaradas.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Homo intellectus
Levántate.
Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.
Esgrímete.
Estaba leyendo a Miguel Hernández y he sentido el cantar del pueblo oprimido, el golpe de la culata, los gritos, los jadeos, el miedo de la masa en marcha, el hedor a podredumbre, las gentes aglutinadas. El hambre del país de mis abuelos, de mi país. La guerra del país de mis abuelos, la guerra de mi país.
Los que nacimos después del Después ni siquiera lo conocimos, pero convivimos con sus lastres.
Hoy día todo el mundo habla de libertad, de derechos, de democracia y de paz pero cuando los gobiernos del primer mundo,tan cívicos,tan desarrollados, invierten en armamento o subvencionan guerras nadie se levanta y grita; nadie recuerda el hambre de nuestra guerra, las viudas, ni los huérfanos. Solo se rinde tributo a los caídos en campaña electoral.Se remueven las fosas comunes cuando lo impulsa un fin político y seguimos sin levantarnos, sin decir nada.
No hace mucho, en un artículo de la prensa, decía que España ha vendido armas a los milicianos de Gadafi, mientras tanto nuestro ejército desplegaba cuatro aviones con unos costes apabullantes para combatirlos, defendiendo algo que la ONU denominaba 'derechos humanos'. ¿En qué mundo vivimos? ¿Les damos las herramientas para que se maten unos a otros, interviniendo de forma directa en una masacre con el único fin de lucrarnos?
El día que nos demos cuenta que imponiendo la fuerza solo se genera más odio, el día que seamos conscientes que debemos reivindicar los verdaderos derechos humanos, el día que descubramos que con lo invertido en armas podríamos construir un mundo más solidario, más justo…ese día será la segunda vez que el hombre se baje del árbol, pero esta vez su único arma será la palabra y el diálogo nos encaminará hacia la evolución.
jueves, 3 de noviembre de 2011
Temporal en alta mar.
Todos tenemos días de esos, grises o negros. Son una mierda, pero son peores cuando no sabes el motivo. Audrey, en Desayuno con diamantes, los llamaba ‘días rojos’. Para mí son simplemente grises. El verdadero problema llega cuando la sucesión de días grises se convierte en un gris permanente, un cielo encapotado constante y no encuentras el rayo de Sol que te caliente en ningún sitio. Te culpas de algo que ni tú mismo sabes qué es, luego culpas a todos y cuando descubres que ellos tampoco son los responsables, vuelves al punto de partida y solo te queda seguir caminando sin ganas,sobre el inhóspito suelo.
Un día aparece una mano cálida que intenta que el frío de la tuya desaparezca, que te la envuelve y tira de ti cuando no tienes ganas de seguir caminando, que te dice que puedes y que merece la pena, que eres capaz, que confía en ti. Y quizá le gustaría poder apartar todas las nubes para que vieras que el Sol sigue brillando por encima de ellas, pero no puede. Sin embargo sigue ahí, echando su vahó tibio en tu espalda cuando el frío casi te impide moverte.
Si desiste, si le fallan las fuerzas, sonríele y será suficiente. Existe para hacerte feliz y la única luz que busca es la de tu sonrisa.
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