viernes, 24 de febrero de 2012
miércoles, 22 de febrero de 2012
El puente que nunca llegamos a cruzar.
Nota: A mi madre, que anoche me insistió en que escribiera y a la Inspiración que es del todo inoportuna.
Subimos por una callejuela anexa a la calle principal. Caminábamos charlando de forma distendida, cuando su rostro se volvió sombrío y provocó el inconsciente cese de la marcha y la conversación.
Una vez más no lograba entender qué rondaba su cabeza, enigmática y compleja, y le lancé una mirada inquisitiva. Como de costumbre me respondió sin palabras. Sólo un leve movimiento de cabeza bastó para que me acercara a su posición (algo rezagada respecto a la mía, ya que había tardado en darme cuenta que se había quedado atrás). Me cogió el brazo de forma delicada y envolviéndolo con los suyos se acercó a mi oído y me susurró con un hilo de voz–ahí pasó todo-.
Estábamos frente a un portal acristalado. Tardé un rato en reconocerme en el reflejo. Lo seguí explorando y encontré sus dedos clavándose en mi brazo como un ave rapaz que no quiere soltar su presa.Acto seguido empecé a percibir un dolor punzante en el antebrazo y ascendió rapidamente hasta las sienes.
No le dije que me soltara, que me hacía daño, que estaba empezando a notar la sangre brotar con esfuerzo; simplemente seguí observando la estampa en los múltiples espejos que conformaban la puerta. La estampa de su mirada enajenada a causa del dolor que le provocaba aquel horrible recuerdo se quedó grabada a fuego en mi memoria y en muchos sueños, aún hoy, me persigue.
Todas las mañanas al despertar, me levanto la manga buscando que las marcas que dejaron sus uñas en mi brazo hayan desaparecido, y al encontrarlas en el mismo lugar, sin ningún atisbo de quererse esfumar, comprendo lo que debió sentir al encontrarse de nuevo en el lugar donde sucedió y ser consciente de que todos y cada uno de los recuerdos permanecían intactos.
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