lunes, 22 de agosto de 2011
In a sentimental mood
La tormenta nos sorprendió a ambos sin paraguas. Caminábamos a paso ligero arrastrando el equipaje que llevábamos con nosotros. Nos cobijamos en un soportal, recobré el hálito y me senté encima de la maleta a esperar pacientemente a que el aguacero pasase.
Saliste de nuestro techo improvisado y la lluvia empezó a calarte. Te observé con curiosidad pero sabía que mi rol como espectador tenía los minutos contados, y así fue. Me retaste como solo tú sabes hacerlo y accedí a acompañarte en ese absurdo juego de ponerse chorreando.
Me instaste a cerrar los ojos y una vez más acepté.
El cabello se nos quedaba pegado a la frente, el tejido de la cazadora empezaba a sucumbir ante el poder del agua y las zapatillas de lona no oponían resistencia a su paso.
Entreabrí un ojo con cautela y estabas inmóvil con la barbilla ligeramente elevada y el pelo hacia atrás. Volví a cerrar los ojos.
-Las gotas de lluvia son como caricias diminutas- dijiste.
Un impulso salido de no sé qué parte de mi cuerpo se dirigió directo a mi mano y tuve la imperiosa necesidad de premiar a mi tacto con el tuyo.
-Como caricias diminutas- repetí yo extendiendo la palma hacia el cielo con el ánimo de atrapar unas gotas de lluvia apenas incorpóreas. Mi sorpresa fue que, al cerrarla las yemas de mis dedos se toparon con algo más denso y pesado que una gota, aunque igual de delicado.
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