lunes, 28 de febrero de 2011

Memento mori





Sin más motivos que la realidad de perseguir un sueño.
Sin más voz que el que dialoga sin miedo con el silencio.
Sin más joyas que una pulsera en la mano derecha que recuerda en mayúsculas que se debe escribir desde el corazón
Sin más lágrimas que las derramadas en el pasado.
Sin más impulso que la confianza de los que conocen y respaldan tus decisiones.
Sin más esperanzas que las de un marinero que se adentra en un mar eterno.
Sin más sueños que un soñador empedernido.
Sin más horizontes que el Sol.
Sin más herencia que unos ojos verdes y ganas de comerse el mundo.
Sin más aval que el de la constancia y el esfuerzo.
Sin más fronteras que las del universo.
Sin más barreras que las de la muerte.

sábado, 26 de febrero de 2011

Infinidad




"Es muy importante conseguir superar las barreras que nos inmovilizan, ¿Lo sabias?
Has aprendido a leer, a escribir…
La escritura es, es magia, ¿Nunca lo has sentido así?
Cuando empecé a escribir descubrí que estaba haciendo algo más que contar una historia.
La escritura es un arma, y es más poderosa de lo que jamás podrá ser un puño"



Escribir... no recuerdo muy bien cuando empecé a hacerlo. Supongo que ha sido algo que me ha acompañado desde pequeña. Apareció con la necesidad de escapar, de inventar mundos paralelos y se convirtió en un hábito diario a los diez o doce años.
Más tarde fui entendiendo la importancia y la responsabilidad de intentar dominar este arte y ahora no puedo dejar de crear, con mejor o peor talante, historias de todo tipo.
Creo que lo realmente importante es tener la capacidad de poder plasmar y compartir una parte de lo que en realidad eres ,y con ello intentar dejar una pequeña huella en el universo.
Y ese es para mí el verdadero sentido de escribir:ser eternos, aunque sólo sea con un bolígrafo y un cuaderno.

domingo, 20 de febrero de 2011

Savior




Estaba allí con las mejillas sonrojadas, preciosa. Con la cara salpicada por diminutas pecas.
Supongo que ella no sabía la razón de ser la última, quizá ni se le había pasado por la cabeza que yo siguiera un orden.
Me miraba aterrorizada pero sacando fuerzas de flaqueza de algún remoto lugar, y yo, impasible,la sujetaba sin mucho esfuerzo, sosteniéndole la mirada.
Tenía ya las manos manchadas, impregnadas de ese rojo tan brillante, tan único, ese rojo escarlata que me impulsaba a hacer esa atrocidad de la que seguro me arrepentiría más tarde;pero en ese momento no me tembló el pulso, blandí la hoja metálica,afilada,y le asesté dos o tres golpes secos.
Después, con la pulcritud de un cirujano, recogí uno a uno los trozos que habían salido despedidos por la violencia de aquel acto y los metí en una bolsa de basura negra.
Me lavé las manos con agua fría y de forma apresurada.
Finalmente me senté a contemplar cómo lloraban las fresas.

martes, 15 de febrero de 2011

Al otro lado


Porque no sabes bien lo que me dolió aquel dolor tan sin sangre, tan sin carne, tan por dentro, tan sin fin. Tan sin fin que ni el tiempo iba a acabar con él, porque eso de que el tiempo todo lo cura es mentira, el tiempo no cura nada, es el olvido el que se encarga de esas cosas. y el caso es que a mí sí que se me olvidó algo, se me olvidó olvidar. Por eso iba pensando en tantas cosas. En tantas y en tan pocas a la vez. Con lo malo que es pensar tanto, con lo malo que es eso. Y más cuando uno no puede dejar de pensar en lo que no quiere pensar, cuando uno sólo piensa en aquello que quiere olvidar con todas sus fuerzas y cuanto más intenta olvidarlo más lo recuerda y cuanto más lo recuerda más le duele lo que recuerda.
Yo me ahogaba. Me ahogaba porque las lágrimas que acabé llorando me inundaron el aire que intentaba respirar. O quizá me ahogué porque el aire buscaba lo que estaba respirando él. No podía respirar aunque lo intentaba, y eso que no sabía cómo se intentaba respirar si no se tiene aire.
Yo hacía fuerza como desde dentro y tanta fuerza hacía que la herida se me iba abriendo más,y más. Y más me dolía mientras más intentaba respirar. Y doliéndome todo mucho, no podía dejar de pensar y de preguntarme cosas. Me preguntaba por qué podemos olvidarnos de los muertos y no podemos olvidar a los vivos que nos hacen daño, por qué el olvido se acuerda de mí y no de otros.
Así que no quería aire, eso también es mentria. Sólo quería poder olvidar, se me olvidó olvidarlo a él. Eso sí que se me olvidó.


Ivan Teruel Cáceres 'Al otro lado'

Creo esto ya forma parte de mí,como la cicartriz que tengo en la cadera, que hace precisamente dos años cicatrizó y aun cuando cambia el tiempo duele.
Hoy hay tormenta.

lunes, 14 de febrero de 2011

Necesidad obliga.





Amaneció en el sur de Inglaterra.
Como todas las mañanas de ese mes apuraba en la cama hasta el último minuto, en un duerme vela que era finalmente interrumpido por un portazo de mi compañera de habitación; en ese momento saltaba de la cama y me metía en la ducha. Me vestía a toda prisa, cogía la mochila, bajaba las escaleras de madera, saltando los peldaños de dos en dos, metía las tostadas en el tostador y me bebía un vaso de zumo de trago. Después extendía la crema de cacao en el pan tostado, me lo metía en la boca, me ponía el chubasquero y el portazo que, minutos antes me había despertado, volvía a sonar.

Calle abajo y apurando mi desayuno, sacaba el reproductor de música, me ponía los cascos con la misma canción del día anterior.

Ese día al salir de clase me crucé con un grupo de amigos. Cuando creía que había pasado desapercibida una voz me gritó-vamos de compras al centro, ¿vienes?-.
-No, voy a subir a casa que mi habitación necesita una limpieza- repuse, riéndome de lo ridícula que había sonado aquella excusa.
-¿Ahora te has vuelto ordenada?- preguntó otro entre risas.
-Nunca dejé de serlo-respondí con la misma ironía- luego os llamo- les dije, poniéndome las gafas de sol y encaminándome hacia mi supuesto destino.
Al doblar la esquina, dejando atrás a mis compañeros, entre risas escandalosas mezcladas con palabras en inglés, italiano y sueco me apresuré a la parada en la que casualmente un autobús acababa de estacionar. Sin tener ni la más remota idea de a dónde se dirigía me subí y tras enseñarle al conductor el billete tomé asiento junto a una anciana.
Me apetecía despejarme, respirar, pensar, recapacitar y ¿por qué no? , también recordar.
Al llegar a la última parada la señora que viajaba a mi lado me indicó,amablemente, que era el fin del trayecto, se lo agradecí con un ‘Thank you very much’ y bajé del autobús.
Estaba en un barrio muy pintoresco, había banderas de colores que colgaban de un lado a otro de una calle angosta, repleta de tiendecitas de especialidades. Unas dedicadas exclusivamente a la confección de trajes de gentleman, otras cuyos diminutos escaparates estaban llenos de sombreros para ocasiones especiales, de todos los colores y diseños que la imaginación puede recrear.
Me disponía sacar la cámara de la mochila, con la misma desesperación que un fumador saca un cigarrillo, cuando una gota me calló en la mano. Miré al cielo y mis peores pronósticos se confirmaron: el cielo gris, encapotado vaticinaba lo que sería una tormenta.
Guardé la cámara y decidí resguardarme en una cafetería con unas cristaleras grandes que daban a la calle.
Me senté y pedí un cappuccino y dos sobres de azúcar.
Mientras lo esperaba, saqué de la mochila un cuaderno y un bolígrafo. No sabía qué escribir. Llevaba demasiado tiempo sin hacerlo, tres semanas para ser exactos, y a pesar de que inevitablemente y en cualquier lugar puedo inventar historias tenía la necesidad física de plasmarlas en papel.
El camarero dejó la taza encima de la mesa con delicadeza, como si entendiera a la perfección el proceso de concentración en el que me hallaba,y no quisiera interrumpirlo.
Justo cuando empezó a llover con severidad algo en mí también se desbordó.


Esa noche un cuaderno lleno de garabatos apenas legibles, trazados con tinta negra,de principio a fin, fue arrojado a un contenedor de Bronshill Road.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Enredos.


El lenguaje, provisto de enredos y recovecos permite a los corsarios encontrar un refugio y a los liberados desbordarse en un abismo en el que no existen más murallas que las propias.
Los etéreos mundos interiores, más extensos que el universo sideral, se abren caminos sin preámbulos, arrasando con la realidad, sin piedad, sin lógica, sin dirección ni sentido; pero todos y cada uno de ellos desembocan, tarde o temprano, en el vacío absoluto y completo del que venimos y al que estamos destinados.
Un grito apocopado en el silencio de una habitación puede ser un suspiro delimitado el cual, si no hubiera sido atajado a tiempo, podría haber sido el comienzo de un alarido que trata de luchar contra el tic-tac de un reloj que no perdona, ni tiene intención de hacerlo.
La desesperación se funde en otros cuerpos, en un intento frustrado de aferrarnos, por unos minutos, a la gloria de la inmortalidad. Nos hacemos más humanos y a la vez un poco más divinos. Cerramos los ojos y los volvemos a abrir,anhelando que la segunda vez supere a la primera y así pasamos nuestra estúpida existencia, parpadeando una vez tras otra en busca de la realidad inexistente creada por nuestra maquiavélica imaginación.

lunes, 7 de febrero de 2011

Casi todo.


'Even now it seems like forever
So alive caught in a fading light
On the longest night'


Los observábamos detrás de la cristalera.
–Dime, ¿cuántos años creen que llevan juntos?-pregunté.
Pareció pensárselo cuidadosamente como si su respuesta fuese a tener una verdadera repercusión en la historia- ¡treinta!- respondió finalmente.
-¿No te parece increíble?-volví a interesarme por su opinión.
-Lo es-dijo, sumiéndose predeciblemente en otra larga meditación.
-Es como vivir dos veces tu vida - repuse, intentando sacarle una sonrisa.
-¿No te gustaría tener algo así?- dijo, tajante.
Conteste con otra pregunta porque no sabía qué responder,-¿a ti si?
-Claro- dijo sonrojándose un poco- y no, no es con quien tú crees…
Otra vez se adelantaba a mis pensamientos. Nos reímos y nos fuimos de allí dejando a los dos ancianos leyendo juntos en el jardín del museo, absortos, con el aire de suficiencia que poseen esas personas que lo tienen casi todo.

martes, 1 de febrero de 2011

Ballade nº 4


Está frente a la máquina de escribir. Lleva casi una hora mirando el papel en blanco y no se le ocurre nada. Su imaginación está mermada, el potencial creativo que creía poseer ha desaparecido por completo. Se siente un inútil.
Decide poner algún vinilo en la gramola para incentivar a su ingenio. Abre el armario de madera labrada que perteneció a su abuelo ,un aficionado a las antigüedades.
En medio del saloncito austero del piso de Berlín en el que vive desde hace unos
meses Gustav Elliot, aquella reliquia desentona.
Mira las fundas de cartón de los vinilos ,colocadas dentro del armario labrado, con detenimiento, con la calma y la solemnidad con la que degusta un vino un sommelier; Mozart, Bach, Beethoven, Vivaldi, Schubert , Haydn, Clementi, Liszt ,Cramer y finalmente Chopin. Coge este último sin dudar, lo saca cuidadosamente y lo pone en el tocadiscos. Acciona el botón y el disco comienza a girar. Espera unos segundos y pone la aguja encima. Un rasgueo leve y difuminado cesa para dejar paso a las primeras notas del Nocturno número ocho. Se sienta y las palabras mágicamente comienzan a surgir:
“Tarde sombría en el Gran Hotel Imperial de Berlín. Bajo las escaleras enmoquetadas de un azul elegante y señorial .En el hall, iluminado por una maravillosa lámpara de araña fabricada con cientos de cristales de bohemia, se sitúa un piano de cola negro. Entre los allí presentes se encuentra lo más distinguido de la alta sociedad europea. Me reciben con una ovación. Saludo levemente con una inclinación de cabeza y ya siento que los nervios me hacen temblar súbitamente.
Los camareros con sus trajes de chaqueta y sus guantes blancos deambulan con bandejas de canapés y copas de champagne.
El director del hotel me tiende la mano amablemente. Se la estrecho, devolviéndole una sonrisa. De entre el público da un paso al frente una señorita que viste un vestido largo espéctacular, con el cabello ligeramente ondulado. Se sienta al piano, sonriente, altiva, confiada; pero la conozco lo suficiente como para saber con precisión qué clase de sentimientos la invaden. Esta vez son los nervios.
El director del Gran Hotel Imperial comienza una breve introducción:
-Buenas noches distinguido público, es un honor para mí poder presentarles al escritor y poeta Víctor Vihesmae que esta noche nos va a recitar algunas de sus fragmentos acompañado de la maravillosa pianista y compositora Diana Stragoff. Sin más preámbulos van a comenzar.
El público fervoroso se funde en otro aplauso.
Las manos pálidas, ingrávidas de Diana parecían hacerse más sólidas cuando acariciaba las teclas del Steinway. Esto era algo que me encantaba observar en las tardes de ensayo previas al recital. En el conservatorio donde nos reuníamos cada tarde para ensamblar mis palabras con sus notas la delicadeza de la pianista se hacía imperceptible cuando tocaba. Por el contrario parecía como si fuera una mujer mucho más fuerte, menos vulnerable.

Tras la introducción me hizo un gesto que indicaba que debía comenzar a recitar; la voz ronca y recia empezó a salir de una boca que no parecía ser la mía. Supe que Diana me miraba de soslayo, esto me dio una confianza desaforada y me sentí más cómodo delante de aquellos remilgados que seguramente no eran capaces de entender ni una palabra de lo que decía.
-Cuando en el lago de la desolación se posa el Sol, desde las profundidades de las aguas sombrías emergen dos pájaros blancos. Qué agradable sorpresa para el observador, qué desconcierto para el lago. Las gráciles aves apenas se dan cuenta de que el lago prefiere tenerlas ocultas y oprimidas en sus profundidades, que verlas batir sus alas y ser el centro de todas las miradas.

En ese momento las notas del piano de cola y mis palabras se fundían, éramos como un gladiador que se enfrentaba a doscientos leones hambrientos con la astucia y la calma que son respaldadas por un sueño común.
Sentía que mis rimas estaban llegando a su fin –temido y a la vez esperado- porque era la parte en la que Diana se había empeñado en ensayar cientos de veces.
-Solo aquel que nada a contracorriente siente que está vivo- dije, presintiendo la reacción de todos los bobos con cara de complacidos que no sabían de lo que les estaba hablando desde hacía ya más de media hora.

Diana se levantó enérgica, excitada, sabiéndose privilegiada por poder estar viviendo ese momento.
Cuando el tercer aplauso de la noche finalizó y los invitados empezaban a halagar nuestro trabajo, mi amiga cogió el revólver que habíamos guardado estratégicamente la noche de antes bajo la tapa del piano, y le disparó una bala certera entre las cejas del señor Kratz,el dueño de una multinacional Sueca que había asesinado a los padres de Diana cuando ella solo tenía cuatro años.

Salimos del hotel por la puerta de la lavandería.”



La Hispano Olivetti de Gustav se acababa de quedar sin tinta y Chopin había dejado de sonar. -Justo a tiempo -pensó- pues no sabía cómo acabar esta historia.