Silencio, se encienden los focos y empieza la función.
Los actores van entrando en escena, poco a poco, unos con sonrisas hipócritas, otros con cara de bobos, satisfechos porque el domingo ganó su equipo de fútbol o se fueron de compras y compraron la camisa de moda; luego entran los asustados, esos que el mundo un día les dio un revés y desde entonces no han vuelto a caminar erguidos. Más tarde entran los valientes, decididos, pisando fuerte, aunque sus corazones en realidad tiemblen. Después los confusos, aquellos que no saben muy bien a donde van ni de dónde vienen. Por último los triunfadores, los que miran a los ojos del público y ven a través de ellos, los que saben transmitir su mensaje y hacen mella en los corazones.
Se cierra el telón, vuelve la oscuridad, el director sube al escenario, se oyen vítores, unos le llaman Dios, otros Alá, algunos guardan silencio y otros gritan asustados pero en definitiva todos reconocen en lo más profundo de sus almas que ha llegado su final, o el principio...
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