martes, 19 de abril de 2011

Tu Dios

Una canción que se pierde por los rincones de un callejón sombrío donde el olor a orines y podredumbre es tan repulsivo que hasta las ratas dudan en acercarse.
Bladimir, aún un niño frágil e ingenuo corre tras su balón de fútbol el cual, tras una intrépida carrera, termina deteniéndose en la penumbra del callejón.
Sin dudar, guiado por su inocencia, cruza el umbral que separa el aroma dulzón de los árboles frutales de la Calle Mayor del vaho espeso de ese lugar recóndito.
Algo se interpone en el camino del chico y lo hace caer de bruces contra el suelo mugriento.

Bladimir se apresura a ponerse en pie cuando una mano áspera le sujeta el cuello impidiéndole cualquier movimiento.
Oye una voz que le dirige unas palabras en un tono violento, pero está tan asustado que no consigue entender nada.
Tiembla, todo su cuerpo tiembla; desde la cabeza hasta los pies. Se acuerda entonces de su madre y comienza a sollozar.

Mamá le dice cada noche antes de irse a la cama que Dios ayuda cuando las cosas van mal, que rece y que cuando el miedo le paralizase y Dios estaría con él.
Bladimir cierra fuerte los ojos y comienza su oración.


Minutos más tarde un mendigo sale de un callejón anexo a la Calle Mayor, paladea con los ojos entornados un bocadillo. Al pasar por la puerta de la iglesia le da gracias a Dios por tener algo que echarse a la boca esta vez.

En el mismo momento y en la misma ciudad la madre de Bladimir se encomienda a su Dios desesperada porque hace más de tres horas que su hijo salió de casa con la merienda en la mano y su balón de fútbol prometiendo que llegaría pronto.


‘Dios es justo’, musita Bladimir en el callejón viendo como las últimas luces desaparecen.
‘Dios es justo’

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