miércoles, 22 de junio de 2011

Libre albedrío



“…un día como todos que sin embargo brillaba para ellos con una claridad secreta que para los demás era invisible, una hoja del calendario que le habría gustado rescatar de la papelera de su oficina donde él mismo la habría tirado a la mañana siguiente, sin saber todavía, ajeno a lo que ya estaba sucediéndole; pues cada amante busca establecer una genealogía de su amor, por miedo a olvidar y a perder, a que no quede rastro de lo que tanto le importa, de cada minuto memorable borrado en seguida por la prisa del tiempo. Quería guardarlo todo”.


Antonio Muñoz Molina.

Veo el coche alejarse por el carril embarrado a causa de la lluvia dejando atrás a la silueta de Ignacio solo en mitad del claro, desentonando con el contorno del bosque americano. Ridículo y abatido, calado por la lluvia, paralizado de pies a cabeza. Incapaz de pronunciar una sola silaba, con la boca seca y un nudo en la garganta.
Llama mi atención la manera convulsa con la que aprieta los puños, tal vez hincándose las uñas en las palmas desgarrando la epidermis.
Se gira muy despacio y hace un ademan de volver a la casa pero tiene los pies fijos en el suelo, como retenidos por una fuerza invisible que le impide avanzar.
En el coche Judith pisa a fondo el acelerador, temeraria e insegura ya que la niebla es tan espesa que es difícil ver más allá de la luz de los faros. Piensa en él, en las probabilidades de acertar o equivocarse dejándolo allí. Pero las probabilidades no son más que números y los números no resuelven los problemas trascendentales en la vida de las personas.

Así caminan cada uno en direcciones contrarias, él hacia la casa de invitados, ella hacia Nueva York dejando que el transcurso de la vida les desvele poco a poco si sus decisiones fueron erróneas o certeras, tan solo en manos del libre albedrío.