lunes, 19 de septiembre de 2011

Un poco de esto y de lo otro.




Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.


¿Se puede conocer al amor de tu vida en dos noches y tres días?
Probablemente la respuesta sea no. El amor es algo de manual, de libro. Se trabaja y riega a diario, dirán algunos de los grandes teóricos pero saben qué, los grandes teóricos no han amado nunca. El amor práctico es bien distinto al que ya está descrito, no quiero decir con esto que los poemas de los grandes literatos estén muy alejados de la realidad, pero el concepto que cada uno tiene del amor es único e intransferible. Esto se debe a que cada uno tenemos una manera de amar, nos entregamos de formas diferentes. Unos con reservas otros sin ellas, unos locos enamorados, otros amantes de la locura y demás juegos de palabras…
Si tuviera que describir el amor ideal, el platónico sería una tarea que me llevaría años, no es tan fácil. Cuando uno va a pedir un deseo prefiere hacerlo como si tuviera la posibilidad de cumplirse. Yo quería el cuento, quería el príncipe con caballo, perspicaz, gracioso, inteligente, de esos que te empiezan enamorando con una mirada y te caes rendida a sus pies cuando por fin te besa a la luz de la Luna, mientras que suena Billie Holiday de fondo. De esos que te piden matrimonio en un restaurante con caché o en mitad de la calle, rodilla en tierra y con una poesía aprendida de memoria.
Pero después de leer cientos de libros en los que siempre hay encubierto un romance, escuchar miles de canciones que hablan de lo mismo y ver millones de películas (que si observásemos desde un punto de vista objetivo y sin dejarnos embriagar por el ambiente propicio a la estupidez nos parecerían todas idénticas) uno se cree lo suficientemente documentado como para saber enamorar y lo más importante, de quien enamorarse…
A la hora de la verdad el amor te coge por sorpresa, te pilla desprovisto de esos poemas que leíste cientos de veces y traste de memorizar por si llegaba el día de declararle tus sentimientos a alguien. Y el príncipe no viene a caballo, ni te hace el amor en una cama con pétalos de rosa. Te besa como lo han hecho antes, con la única diferencia que la cabeza te da vueltas, que sientes la presión de la sangre en las sienes, se te engarrota la mandíbula, tu cuerpo entero se tensiona y crees que estas volando a pesar de que el camión de la basura acaba de pasar por ahí y el hedor a pescado podrido es insoportable. Pero eso da igual, estás tú y está tu príncipe que cuando estás triste o te sientes sola está ahí para recordarte que te quiere, que te escucha, que se muere por ti cuando estas recién levantada y tú piensas que no puedes tener peor aspecto. Y cuando te pintas y te pones guapa para él le brillan los ojos y se le queda cara de idiota. Se esfuerza por hacerte feliz, por sorprenderte y a ti te parece suficiente; pero ¿y si un buen día te levantas y lo ves todo tan negro que crees que no merece la pena seguir luchando contra todas las dificultades de pareja, su mal humor, sus malos modos, sus pocas ganas de escucharte?
Ese día te susurrará un par de versos al oído para recordarte que no te habías equivocado de príncipe, para decirte que merece la pena y que te quiere solo a ti. Entonces recuperarás la esperanza y la fe en el amor y te darás cuenta de que elegiste de verdad al amor de tu vida.

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