jueves, 9 de diciembre de 2010

Dos batidos.


La observaba mientras esperaba ansiosa el batido. Una vez allí se abalanzó sobre la pajita con ojos divertidos. Sorbía, hacía una pausa, disparaba las tres o cuatro frases que acababan de cruzar su mente y volvía ávida a la mezcla de frutas exóticas. Me sonría de vez en cuando como disculpando su falta de atención y yo le devolvía la sonrisa y seguía perdiéndome en el espectáculo de ruiditos y sorbos discretos. Cuándo se lo terminó hice un gesto al camarero para que trajera otro batido tropical. Ella me dijo "¿ Estas loco? ¡No nos queda más dinero!" Y yo le contesté ,confiado "esto no tiene precio".Empezó a reír con esa risa tan espontánea como ella. El segundo batido aterrizó en nuestra mesa. Se lo bebió lentamente, con los mismos gestos y movimientos gráciles del anterior y ,una vez el vaso quedó vacío, me cogió segura de la mano y salimos corriendo de aquella cafetería.
Esa noche supe que no volvería a soltar nunca más su mano ni tampoco volvería a olvidar la cartera.

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