domingo, 26 de diciembre de 2010

Tardes al calor del fuego.


Me sentaba en sus pies al lado de la chimenea, me dejaba dócilmente mover por el ritmo monótono y acompasado de su mecedora. Mirando la madera arder y las llamas danzar Nana me contó cientos de historias. Ella narraba con la fluidez de un autor consagrado y con el amor de la abuela que nunca tuve.
Hablaba y hablaba y solo hacía una pausa cuando tenía la boca tan seca que le era imposible continuar.
Ochenta años resumidos en horas. Desde la guerra civil el miedo y el horror de una guerra fraticida, hasta la felicidad y el orgullo de ser la primera mujer en licenciarse.

Y allí estábamos otra tarde: yo con los ojos como platos , fascinada con cada una de sus palabras y ella desempolvando recuerdos, pasando por heridas que seguían doliendo, por odios catalizados con amor y rezos.

Para concluir el último discurso Nana me recitó estos versos:
La vida es una oportunidad, aprovéchala.
La vida es belleza, admírala.
La vida es beatitud, saboréala.
La vida es sueño, hazlo realidad.
La vida es un reto, afróntalo.
La vida es un deber, cúmplelo.
La vida es un juego, juégalo.
La vida es un bien precioso, cuídalo.

La vida es riqueza, consérvala.
La vida es amor, gózala.
La vida es misterio, desvélalo.
La vida es promesa, cúmplela.
La vida es tristeza, supérala.

La vida es un himno, cántalo.

La vida es un combate, acéptalo.
La vida es una tragedia, domínala.
La vida es una aventura, arrástrala.

La vida es felicidad, merécela.
La vida es vida, defiéndela
.


Todas las palabras de mi tía Mariana dan fuerzas cada día para 'defender la vida'.

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