lunes, 20 de diciembre de 2010

Metrópolis.


Sí, fuí yo. Fuí yo quien le enseñó ese sitio por primera vez. Jamás olvidaré su cara de asombro, sus ojos muy abiertos haciendo esfuerzos para no parpadear y no privarse ni una décima de segundo de aquella maravillosa vista desde la azotea.
Allí arriba le dejé tiempo para que degustase con calma de la panorámica, mientras, me alejé un poco y me senté a contemplar, también sin prisas toda la ciudad.
La sensación de estar ahí es increíble. Llegas a entender a las aves, a las nubes, a la lluvia.
Me sentí vulnerable, frágil, un punto diminuto en un universo infinito. Entonces miré al lugar donde sin palabras nos habiamos dado unos minutos de libertad. Seguía allí, con la mirada perdida en el skyline. Se giró, me hizo un gesto burlón como si fuera capaz de adivinar cada uno de mis pensamientos y volvió a zambullirse en los suyos.
¿En qué estaría pensando? quizá le gustaría compartir este momento con otra persona, quizá no estaba disfrutando tanto como yo, quizá solo intentaba complacerme...
Noté una mano cálida en la espalda, se había sentado a mi lado y no me había percatado. Riéndose me dijo:-¡ Este sitio es alucinante! Pero no te sientas especial ¿eh?.
No le dije que había llegado tarde, ya me sentía especial.
Me dió un beso sonoro en la mejilla y se quedó allí, a mi lado,en silencio.
No sé cuánto tiempo estuvimos así, mirando la metrópolis inmóviles y abrumados.

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